AIPIN, Prensa India
"Difundiendo presente y sembrando futuro"

 
 

AIPIN (Buenos Aires), 16 de mayo de 2003.

Chile

El nacimiento de un pueblo

Por Fernando Villegas, Publicado por Diario La Tercera (Santiago)
 

De súbito nos está tocando ser testigos inconscientes de uno de los dos fenómenos históricos más importantes que le hayan sucedido a nuestro país en este siglo y el que tendrá las mayores repercusiones en el próximo.

Está ocurriendo frente a nuestras narices, pero no lo vemos, se nos viene encima y no nos apercibimos. Distraídos por problemas políticos, económicos y energéticos importantes, miramos apenas de reojo un proceso que lo es aun más y cambiará el paisaje social de Chile para peor o mejor dependiendo de cómo lo enfrentamos. Ese fenómeno es el nacimiento de la nación mapuche.

Digo nacimiento por mucho que dicha colectividad parezca haber existido desde los albores de la república y en verdad desde la colonia. Y sin embargo, un pueblo mapuche propiamente tal ni siquiera existía antes de la llegada de los españoles. Había tribus con determinadas características entre distintivo desde la perspectiva del observador, pero no de sus propios miembros.

Eran, pero no lo sabían o sólo vagamente; además, rara vez vivían en concierto, casi siempre más bien en conflicto o al menos sin contacto. Los pequeñísimos ejércitos españoles pudieron prevalecer precisamente debido a ese desmenuzamiento.

Es sólo hoy que esa nación comienza a existir para sí misma, aunque sus primeros balbuceos tengan la apariencia de los reclamos de siempre. Es ya, o será, una nación porque se descubre al pasar de la existencia inconsciente del en sí a la existencia consciente del sí a la existencia consciente del para sí.

Y en ese nacimiento no importa si los hechos que esgrimen acerca de agravios sufridos a manos nuestras no sean siempre exactos o incluso erróneos; nada de todo eso demuestra nada, porque un fenómeno como éste no puede refutarse a base de razones académicas.

Si una importante agrupación de individuos se siente unida, decide crear su propia historia -la historia siempre es retrospectiva, un seudo recuerdo de lo que pudo ser o debió haber sido-, reafirma el valor de su identidad y finalmente habla con una voz común, entonces es o será un pueblo.

Y el asunto es prodigioso en sus consecuencias si se piensa que se trata potencialmente de un millón de individuos en dicho estado de ánimo, por más qué ahora sólo un puñado de jóvenes dirigentes y algunas comunidades aparezcan manifestándolo a plenitud.

Sobre esto deberíamos ser más perspicaces; los procesos históricos del siglo XIX y del presente nos han dado una enorme cantidad de información respecto de la dinámica del origen y desarrollo de los nacionalismos; ¿cómo podemos entonces ser tan ciegos y limitar nuestra mirada a una visión policial que sólo ve activismo y a una visión jurídica y benefactora que sólo ve problemas de títulos de propiedad?

Los movimientos nacionales no necesitan justificarse ante la policía y los políticos de turno para llegar a ser lo que son y en especial lo que serán. Ni siquiera necesitan un pasado: la fiebre nacionalista que de pronto sacude a una colectividad hasta entonces sumida en el seno de otro pueblo y Estado es menos la expresión de redescubrir una identidad preexistente que la creación de una nueva con el material a la mano.

¿Lo hace eso un fenómeno menos importante y decisivo? No podremos hacer que este inmenso cataclismo sociológico en marcha se desvanezca simplemente diciéndonos que aquí sólo hay chilenos de cierta etnia que han sufrido abusos reparables. Alguna vez eso fue así, ahora ya no lo es más.

Se dirá que este análisis es una completa exageración. Se dirá haber menos un movimiento nacionalista mapuche que la acción desaforada de una docena de activistas. Que tales y cuales clanes o familias ni siquiera han participado. Que el número de involucrados es ínfimo. Etcétera.

Pero ¿cuándo no ha sido así en los albores del nacionalismo? Y aun en su clímax son minorías las que lo promueven, organizan y dirigen. No nos engañemos: no creamos que los sucesos del sur nada significan sólo porque no hay en ellos la presencia de 200 mil personas vociferando.

Lo decisivo, lo definitorio, lo que pone en evidencia que nos hallamos ante un fenómeno completamente distinto a las reclamaciones tradicionales es el lenguaje ahora usado, sus pretensiones políticas y culturales, sus nexos con organizaciones nacionalistas internacionales, su exacerbado orgullo comunal, su referencia a la historia verdadera o hechiza, que los une, sus incipientes formas de lucha y sobre todo su rotundo rechazo a ser mapuches-chilenos en vez de mapuches-mapuches.

No de otro modo se iniciaron los movimientos nacionalistas del siglo XIX en Europa y los Balcanes, como los de este siglo en España, Irlanda, la ex URSS, etc.

Un fenómeno de tal escala por mucho que ahora, en pañales, sea todavía cosa que disfraza su verdadera naturaleza-, no puede ya ser enfrentado ni por medios policiales ni por medio de entrega de tierras. Cada uno de esos caminos tuvo su momento, pero han sido sobrepasados. No es posible ahogarlo con represión, método inviable en este régimen e improductivo en cualquiera; tampoco lo es cediendo generosas extensiones de tierra, suponiendo que se deseara hacerlo.

El camino que los mapuches han recorrido es distinto e irreversible. Si no sabemos integrar esa aspiración de modo constructivo podemos enfrentar un alto nivel de conflicto subversivo entre dos y tres años plazo. Repito: hablamos de un millón de sujetos potencialmente conquistables por el llamamiento nacionalista. Ese solo número debiera llamar a la reflexión.