NAOMI KLEIN 
Heroína antiglobalización
Marcela Aguilar 
27 de Diciembre de 2002
 
En su nuevo libro, Rejas y ventanas, Naomi Klein afirma que la nueva estrategia para neutralizar las protestas antiglobalización es asimilarlas con el terrorismo. Los medios cooperan, dice, mostrando sólo los episodios violentos.
A sus 32 años, la periodista canadiense se alza como la figura de la antiglobalización, y su libro No Logo... ha sido calificado como El capital de los nuevos revolucionarios. Pero Naomi se distingue del viejo Carlos Marx no sólo por lucir mejor en las fotos: su crítica al sistema carece de una propuesta política. Tampoco da respuestas en su nuevo libro, Fences and windows. Lo suyo es ser testigo, no profeta.

Marcela Aguilar 

"Las marcas son tan exitosas porque nos dan una falsa sensación de comunidad. Nos dan un sentido de pertenencia, cuando la mayoría de las instituciones a las que uno podía pertenecer ha colapsado. Nos envuelven en frases inspiradoras que nos emocionan, porque estamos en un mundo carente de inspiración". 

En otras palabras, la publicidad es hoy el opio del pueblo: nos engaña con ilusiones que nos impiden ver el vacío y la soledad en que vivimos. No lo dijo Carlos Marx, sino Naomi Klein, a quien The Times escogió como "la persona menor de 35 años más importante del mundo", y cuyo primer libro, No logo: apuntando a las marcas abusivas, se transformó en un súper ventas mundial a pocas semanas de su lanzamiento, en enero de 2000. Y si El capital fue el manifiesto del marxismo, No logo... ha sido calificada como la obra fundamental del movimiento antiglobalización. 

Naomi tiene a quién salir revolucionaria. Sus abuelos eran de los pocos marxistas estadounidenses en los años cuarenta. Uno de ellos fue despedido de Disney por organizar la primera huelga en la compañía, y sus padres eran pacifistas que se fueron de Estados Unidos a Canadá como protesta por la guerra de Vietnam. Su madre es una feminista dedicada a los documentales de denuncia, cuyo trabajo más conocido, No es una historia de amor, denuncia la sordidez de la industria del porno. 

"Mi madre estaba seriamente involucrada en el movimiento contra la pornografía, y cuando yo iba a la escuela me parecía muy desagradable tener una madre tan públicamente feminista. Era una vergüenza permanente", contó Naomi a The Guardian. En los ochenta, su hermano mayor sufría pesadillas sobre armas nucleares. Con esa familia, era difícil que la niña tuviera ideas muy convencionales. Pero las tuvo. Porque en vez de enviarla a una escuela alternativa, sus papás la inscribieron en un colegio judío tradicional en Montreal. En este ambiente, a Naomi le parecía que su familia era una galería de fenómenos. 

Por eso, su manera de rebelarse contra sus mayores fue exigir muñecas y ropa con logos bien visibles. "Estaba obsesionada con mi apariencia. Era una esclava de las marcas", recuerda ella. Sin embargo, antes de terminar la escuela ya se había aburrido de ser una princesita rosada: "Empecé a vestirme de negro, a fumar y leer poesía existencialista". Naomi entró a la Universidad de Toronto, a estudiar inglés y filosofía. Allí vivió uno de los episodios más violentos de la reciente historia canadiense: un tipo que no había sido admitido en la universidad entró con un rifle, obligó a las mujeres a agruparse y mató a 14 de ellas. "Desde ese momento, todas fuimos feministas", afirma Naomi.

A los 19 años, escribió un artículo en que acusaba a Israel de aplicar a los palestinos la misma política de exterminio usada por los nazis. "De víctima a victimizador", se llamaba. La comunidad judía se reunió para decidir qué hacer con ella. Unos pedían su expulsión del campus y otros sugerían demandarla por incitar al odio racial. "Si alguna vez me encuentro con esa Naomi Klein, voy a matarla", dijo una mujer, a dos cabezas de donde estaba la autora, escuchando. "Yo soy Naomi Klein, yo escribí el artículo, y soy tan judía como cualquiera de ustedes". Se hizo un silencio de muerte. "Nadie espera que acudas a tu propio linchamiento", explicó Klein a la revista Heeb en agosto pasado. 

Se transformó en editora de This Magazine, una publicación canadiense de izquierda, y en columnista de The Toronto Star. Naomi congeló los estudios para dedicarse a trabajar. A su regreso, en 1995, se encontró con una nueva generación de estudiantes, decidida a protestar en vez de esconderse detrás de la ironía. "En mi columna en el Star yo destrozaba Wired y Melrose Place, y decidí que no quería pasarme la vida entera burlándome de otros. Quería ser el tipo de persona que cree en el cambio positivo", le dijo en octubre a The Village Voice. 

Con No logo..., Klein consiguió dejar de ser una observadora para convertirse en protagonista del cambio. Durante los últimos dos años, la periodista ha dado la vuelta al mundo, participando en protestas y seminarios. Su marido, Avi Lewis, renunció a su trabajo en la televisión canadiense, donde conducía un programa de debates, para acompañarla. En septiembre, comenzaron a filmar un documental en Buenos Aires, con la idea de mostrar cómo la crisis económica y política ha llevado a los vecinos a organizarse y funcionar como un Estado paralelo, con clubes de trueque ­porque no hay dinero­ y comités de vigilancia y de salud. Por supuesto, Naomi y su marido no usan anillos, "para no ser rotulados como matrimonio", como le explicó a The Guardian. En la misma entrevista, ella confesó que ya no compra absolutamente nada que tenga marca: "Sé que la gente siempre está observándome". 

Basta de marcas

Parte del éxito de No logo... se debe a que fue lanzado pocos días después de las protestas de Seattle, que en diciembre de 1999 congregaron a 50 mil personas contra la cumbre de la Organización Mundial de Comercio. Todo el mundo quería entender qué pretendía este movimiento, y el libro de Klein explicaba con claridad cuál era el motivo de tanta rabia. 

"En No logo... intenté hablar de lo que vive nuestra generación, una especie de claustrofobia, el sentimiento de una pérdida intangible, de la homogeneización de la cultura que ha resultado de la privatización y la cosificación de la vida. Es una pérdida de originalidad y libertad. Porque todo ha sido empacado y vendido antes de que alcances a darte cuenta; fue erosionada tu capacidad de ser creativo y libre para hacer elecciones genuinas. Por eso la promesa de libertad y escape es la promesa básica del marketing. Es la promesa del auto que te llevará al final del mundo, donde podrás ser libre. Es la promesa de la ropa, que te hará sentir como un individuo y no como un clon. Las investigaciones le dicen a los publicistas que la gente quiere eso porque no lo tiene", explicó Klein a la revista Heeb en agosto pasado. 

No logo... se transformó en la clase de libro que cambia la vida de las personas. Después de leerlo, el grupo de rock Radiohead decidió prohibir los avisos publicitarios en su siguiente tour, y confiar en la difusión boca a boca de su nuevo disco. Ed O'Brien, el guitarrista, explicó: "No logo... ciertamente me hizo sentir menos solo. Ella estaba escribiendo todo lo que yo había intentado verbalizar en mi cabeza. Fue muy revelador". 

La premisa básica de No logo... es que las grandes compañías ya no venden productos, sino conceptos. El producto se ha transformado en otra herramienta para llevar a la gente un intangible como "ser cool". Las empresas destinan más recursos al marketing que a la fabricación de bienes. De hecho, las transnacionales ya no hacen nada ellas, sino que compran todo a pequeños productores, los que se instalan en países del Tercer Mundo para contratar mano de obra barata. Así se llega al absurdo de que un adolescente de Estados Unidos paga 30 dólares por el par de zapatillas que usa su rapero favorito, y que fue fabricado por menos de un dólar en Malasia o India, por obreros que tienen permiso para ir al baño una vez por día. Klein se pregunta: si las grandes compañías gastan millones de dólares en avisos para demostrar cuánto les importa la tolerancia racial o el medio ambiente, ¿por qué no invierten un poco para terminar con la explotación de estos operarios? Y responde: porque los consumidores no lo exigen. Están cegados por la publicidad.

El mundo está patas arriba, es su conclusión. Y por eso la gente sale a las calles a romper las vitrinas de las tiendas de ropa, las cafeterías y los restaurantes de comida rápida. No están contra la globalización, sino contra las reglas del neoliberalismo amplificadas a escala global. "Las políticas de Washington se basan en la idea de que lo que es bueno para los negocios es bueno para todos. Así es que la regla principal para gobernar es básicamente actuar como un lubricante para la inversión y los negocios. Eso implica poner las menores exigencias posibles, como impuestos o legislación ambiental y laboral. Pero no es simplemente desregular, porque también hay que proteger lo que a estas compañías les interesa, como la propiedad intelectual. También se necesita crear oportunidades de inversión, lo que implica privatizaciones a gran escala y de nuevos bienes. Significa tomar algo que era controlado por el Estado y entregarlo a los inversionistas. Es decir, transformar en bienes transables cosas que nunca fueron tratadas de esa manera, como los genes", detalló a Heeb. 

Para sus detractores, como la revista The Economist, Klein no hace más que repetir el viejo discurso de izquierda que fracasó rotundamente con los socialismos reales. ¿Por qué, entonces, es recibida con tanto entusiasmo? Probablemente tiene que ver con el lenguaje. Naomi Klein jamás habla de "lucha de clases" ni nada que se le parezca. "El problema de regresar al lenguaje marxista tradicional es que no refleja cómo se ve la gente a sí misma", dice ella. Su estilo es mucho más informal y cercano a su público. En No logo... recurre a cientos de ejemplos y anécdotas, muchas de ellas personales, y nunca pierde el humor a la hora de retratar el mundo. 

Además de inteligente y divertida, Naomi Klein es bastante más bonita que el viejo Carlos Marx. Con todo esto, es comprensible que se haya transformado en la heroína de un movimiento que desconfía de los líderes, y que su discurso contra el mercado se haya convertido en un "bien atractivo en el mercado de la cultura", como lo definió The Village Voice en octubre pasado. 

La propia Naomi es consciente de sus paradojas: "Poner el foco en mí distrae la atención del movimiento", le dijo a The Village Voice, "pero cuando voy a mitines y me encuentro con chicas de 17 años, comprendo que están ahí en parte porque soy alguien con quien pueden identificarse". 

Es fácil criticar

La periodista creó una página web (www.nologo.org), donde comenta las noticias más diversas, desde el hostigamiento a comunidades indígenas hasta la amenaza de guerra contra Irak; recibe artículos de sus entusiastas colaboradores; publica la agenda de manifestaciones y seminarios antiglobalización, e invita a todos a discutir en un foro virtual. Hace poco las emprendió contra The Economist por un comentario que se titulaba "Por qué Naomi Klein necesita crecer", publicado a propósito de su nuevo libro. 

Fences and windows ("Rejas y ventanas"), es un registro de las experiencias de Naomi luego de No logo..., sus "despachos desde el campo de batalla". "Lo que comenzó como un tour de dos semanas para promover el libro se transformó en una aventura que se extendió por dos años y medio y 22 países. Me llevó desde las calles inundadas de gas lacrimógeno en Quebec y Praga a las asambleas de vecinos en Buenos Aires; de los viajes por el desierto con activistas contra las bombas nucleares en el sur de Australia a debates formales con líderes de gobiernos europeos. Los cuatro años de investigación que necesité para No logo... no me prepararon para esto", explica Klein en el prólogo del libro. 

Su descripción del movimiento es impactante: "Parece que las fallas del modelo económico en vigencia se han vuelto de pronto imposibles de ignorar". 

Sin embargo, para The Economist, lo que Klein ha hecho en sus dos libros es sólo constatar que la economía de mercado es imperfecta, lo que no la hace automáticamente inviable. De hecho, sus principales ejemplos sobre cómo el neoliberalismo destruye a los más pobres se refieren a países donde el modelo ha sido distorsionado por la corrupción o el populismo. 

En su página web, Naomi Klein respondió con indignación. Acusó a una periodista de The Economist, Sameena Ahmad, de prestarse para una campaña en su contra. De hecho, ambas participaron en un debate hace unas semanas. Como Ahmad había acusado a Klein de distorsionar estadísticas, la canadiense no encontró nada mejor que extraer todas sus cifras de The Economist, lo que provocó risas en el auditorio e indignación en su contraparte. Según The Village Voice, Sameena terminó gritando: "Nadie ha elegido a Naomi Klein. Ella dice que representa al mundo y a la comunidad de activistas y a la gente, ¡pero no representa a nadie!". 

Más allá de las rencillas personales, la principal crítica de The Economist es que Klein se queda en lo fácil, la denuncia, pero no aporta ninguna solución. A lo más se limita a citar iniciativas locales, como el trueque en Buenos Aires o las brigadas que adulteran la publicidad en las calles con chistes antisistémicos. Pero no hay un modelo político a gran escala. Klein habla del derecho de las comunidades a autogestionarse, pero no aclara qué significa eso: ¿el fin del Estado?, ¿un nuevo proyecto socialista? 

Hasta ahora, ella se ha negado a avanzar en esa dirección. Sus detractores afirman, triunfantes, que su silencio les otorga la razón. Pero quienes la defienden insisten en que Klein ya ha hecho suficiente con la lucidez de su diagnóstico. 

"Rejas y ventanas", un fragmento (traducción libre)

Estas columnas, ensayos y discursos, escritos para The Globe and Mail, The Guardian, The Los Angeles Times y muchas otras publicaciones, fueron borroneadas en cuartos de hotel, de madrugada, después de las protestas en Washington y Ciudad de México, en centros de prensa independientes, a bordo de demasiados aviones (...).

¿Por qué recoger estos escritos sincopados en un libro? En parte porque luego de unos meses en la "guerra contra el terrorismo" de George W. Bush, se habló de que las protestas habían terminado. Algunos políticos (particularmente aquellos que habían visto sus políticas duramente fiscalizadas por los activistas) se apresuraron a declarar que lo que había terminado era el movimiento mismo: las quejas que habían levantado contra las fallas del sistema eran frívolas, reclamaron, incluso tal vez inspiradas por "el enemigo". En realidad, la escalada bélica y represiva el año pasado provocó las mayores protestas en las calles de Roma, Londres, Barcelona y Buenos Aires. Ellas han inspirado además a muchos activistas, quienes previamente sólo habían mostrado su protesta simbólica afuera de las reuniones cumbres, para que tomaran acciones concretas para detener la violencia (...). Pero, a medida que el movimiento enfrentaba el desafío de esta nueva etapa, comprendí que había sido testigo de algo extraordinario: el preciso y emocionante momento en que la chusma del mundo real había invadido el club de los expertos donde nuestro destino común es decidido. 

Algo más me impulsó a juntar estos artículos. Unos meses atrás, mientras buceaba entre mis columnas en busca de una estadística perdida, descubrí un par de temas e imágenes recurrentes. La primera era la reja. La imagen regresaba una y otra vez: barreras que separaban a la gente de los recursos que antes eran públicos, encerrándola lejos del agua y la tierra que necesitaba, restringiendo su capacidad de traspasar las fronteras, de expresar el disenso político, de protestar en las calles, incluso de obligar a los políticos a dictar las normas que esperan sus propios electores (...). La "guerra contra el terrorismo" se ha convertido en otra reja detrás de la cual esconderse, y es usada por los organizadores de cumbres para explicar por qué las demostraciones públicas de disenso no serán posibles esta vez o, peor aún, para hacer paralelos entre los manifestantes y los terroristas. 

Pero las que son denunciadas como confrontaciones amenazantes son con frecuencia hechos felices. La primera vez que participé en una de estas contracumbres, recuerdo haber tenido la sensación de que alguna especie de portal político se había abierto, una salida, una ventana, un "alto en la historia", para usar la hermosa frase del subcomandante Marcos. Estas protestas (...) son como caminar en un universo paralelo. Muy tarde en la noche, el lugar se transforma en una especie de ciudad global alternativa, donde la urgencia reemplaza a la resignación, los logos corporativos necesitan guardias armados, la gente se toma los autos, el arte está en todas partes, los extraños conversan unos con otros, y la posibilidad de un cambio radical en la política no parece una tonta y anacrónica idea, sino el pensamiento más lógico del mundo. 

(...)Mientras escribo esto, no estoy segura de qué emergerá de estos espacios liberados, o de si lo que emerja soportará los ataques de la policía y los militares, mientras la línea entre terrorismo y activismo es deliberadamente borrada. La pregunta de qué viene después me preocupa, como a cualquiera que es parte de la construcción de este movimiento internacional. Pero este libro no es un intento de resolver esa pregunta. Él simplemente ofrece una visión de los inicios de este movimiento que estalló en Seattle y ha evolucionado a través de los hechos del 11 de septiembre y sus consecuencias. Decidí no reescribir estos artículos. Ellos están presentes aquí por lo que son: postales de momentos dramáticos, un registro del primer capítulo en una vieja y recurrente historia, la de la gente que empuja las barreras que intentan detenerla, gente que abre ventanas, respirando profundo, saboreando la libertad. 
 
 



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