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José Miguel Puel no oculta su satisfacción por el hecho de que su comunidad decidió que siga conduciendo a sus 300 miembros por otros dos años. "El lonko tiene que ser inteligente: si se planta muy firme no consigue nada, pero si se humilla, tampoco —sostiene—. Creo que me reeligieron por lo que hice, por las fuentes de trabajo para los jóvenes, por la transparencia".
Lo que hizo el año pasado, tras conseguir apoyo oficial, no es poco: montar en parte de sus tierras, a 1.700 metros de altura, una pequeña pista de esquí que recibió casi 15.000 visitantes. No dieron abasto los doce muchachos y chicas que se habían capacitado en Neuquén y Bariloche para atenderlos, y debieron preparar a ocho más.
Por primera vez, esos veinte jóvenes no tuvieron que alejarse de la comunidad para buscar trabajo. "Es poco el dinero que han sacado, pero les vale la experiencia que tuvieron, sentirse útiles les dio mucha fuerza. Todos están dispuestos a seguir", anuncia Puel.
El lonko tiene la esperanza de que la experiencia sirva de estímulo. "Ahora va a empezar a conocerse si hay otra comunidad que pueda tener esa posibilidad y que diga: ''Yo también lo puedo hacer''".
En la temporada pasada salieron hechos. Como ya cuentan con la infraestructura, para la próxima esperan que se noten las ganancias. Piensan invertirlas: comprar otro medio de elevación y un pisanieve, mejorar las instalaciones.
¿Quizá
también construir una hostería, desde cuyas ventanas se vean
los esbeltos manchones de las araucarias y el azul deslumbrante del lago
Moquehue? "El hotel ya nos traería contaminación.
Acá arriba cae toda el agua pura —descarta Puel—. A partir de esto,
los jóvenes saben qué tienen que hacer: sentirse de su tierra,
como parte de la naturaleza, del lugar".