Rio Negro (Viedma), 17 de diciembre de 2004.
por Andrés Oppenheimer

La modernización de los indígenas


En mi primera visita, después de más de una década, a Guatemala, de mayoría indígena, lo primero que noté -y que me chocó profundamente- fue el cambio en la vestimenta de los indígenas: ya son cada vez menos los que visten en sus coloridos trajes típicos, y cada vez más los que usan jeans y suéters "Made in China".

La última vez que estuve en 1991 en Chichicastenango y en las ciudades indígenas que bordean el lago Atitlan era un paisaje sin igual: uno viajaba de pueblo en pueblo y se encontraba con las más de 21 etnias indígenas en sus respectivos atuendos, claramente distinguibles unas de otras.

Casi todos los k'iches de esta ciudad vestían sus camisas o huipiles rojos y negros, mientras que los solotecos de la ciudad de Solola usaban camisas con rayas de distintos colores y cada una de las varias etnias tenía sus trajes distintivos. No había una ciudad o un pueblo indígena igual al otro en ese país.

Los jueves y domingos, los días del mercado, se podía apreciar una escena magnífica: se podían ver mares de indígenas en sus trajes típicos, contra el paisaje de montañas y volcanes cubiertos de pinos. Era una de esas fotografías que uno se imaginaba sólo podía existir en las páginas de la revista "National Geographic".

Ahora, sin embargo, estas mismas ciudades y pueblos lucen distintos. La mayoría de las abuelas indígenas todavía usa sus vestimentas típicas, pero sus hijas se ponen un suéter hecho en China por encima y sus nietas se han despojado de cualquier indumentaria indígena. Visten en remeras y sandalias de plástico chinas.

Entre los hombres indígenas la ruptura con el pasado es aún más drástica: la mayoría de ellos viste de jeans y rompevientos con los emblemas de Nike, Adidas o alguna otra marca conocida. Reciben estas ropas de sus parientes en el exterior -Guatemala es uno de los principales países emisores de migrantes a Estados Unidos- o bien las compran de compañías que importan ropa de segunda mano norteamericana y la revenden aquí.

Mi primera reacción cuando vi el nuevo rostro de los pueblos indígenas fue una mezcla de tristeza y curiosidad.
¿Mejorará o empeorará la situación de los indígenas, que representan alrededor del 60% de la población de Guatemala, si se siguen asimilando a los ladinos, o mestizos, de este país?, me preguntaba a cada instante.

Aunque varias personas me dijeron que los indígenas se están asimilando para evitar el racismo y la discriminación social, otros argumentaron que el cambio se debe a un deseo de progresar. Los extranjeros que vemos con malos ojos la modernización de los indígenas estamos asumiendo una posición de egoísmo y arrogancia, dicen estos últimos.

"Los extranjeros quieren que los indígenas luzcan bien para la foto", me dijo un profesor universitario. "Pero ellos (los indígenas) no quieren ser piezas arqueológicas. Quieren progresar".

Varios guatemaltecos me hicieron notar que los trajes indígenas que tanto nos gustan a los turistas no son más que reliquias de la opresión durante la colonia. Los conquistadores españoles se dividieron el país entre ellos y obligaron a sus respectivos sirvientes indígenas a vestir uniformes diferentes, para evitar que escaparan de una aldea a otra.

Hoy en día hay razones económicas para explicar el cambio: los vestidos indígenas son muy elaborados y muchos cuestan unos U$S 500, mientras que un rompevientos importado de segunda mano vale un dólar o dos. Entonces muchos indígenas están usando sus trajes típicos sólo para bodas o para entierros.

Asimismo, las mujeres indígenas que antes llevaban hermosos jarrones de barro repletos de agua sobre sus cabezas hoy cargan el líquido en baldes de plástico.

Se ve mucho más feo, pero para ellas significa llevar una carga muchísimo menos pesada sobre la cabeza, dicen los defensores de la modernización.

Y las casas de los indígenas, que solían estar hechas de barro y hacían una combinación perfecta con el paisaje montañoso, ahora se hacen de bloques de cemento. Las casas distan de ser tan lindas como antes, pero las anteriores causaron muchas muertes durante el terremoto de 1976 y éstas son más seguras, me dijeron.

Quizás preocupados por esta pérdida de sus tradiciones, varios grupos indígenas anunciaron el 10 de diciembre la creación de la Universidad Maya.

Francisco Puac, un directivo de la nueva universidad, me señaló que la escuela preservará y difundirá la cultura maya. Los críticos afirman que sólo creará promociones de desempleados y que sus estudiantes harían mucho mejor enrolándose en universidades establecidas.

Es difícil saber quién tiene razón, aunque no es difícil adivinar qué tendencia prevalecerá. La globalización está cambiándole la cara al mundo indígena. Probablemente sea para mejor, pero uno no puede sino sentir que algo se está perdiendo.
 
 

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