1 de Julio de 2001 |
La conquista de los intelectuales
"Así
como la izquierda ha constatado que no puede hacer un buen gobierno sin
un sólido puente hacia los empresarios, la centroderecha ha ido
entendiendo que no puede aspirar a gobernar basándose exclusivamente
en el empresariado y los ejecutivos. La centroderecha reconoce hoy que
tiene que dar arduas batallas en áreas monopolizadas tradicionalmente
por la izquierda, como el mundo popular y, ahora, el intelectual".
Roberto
Ampuero, escritor
La historia de la derecha latinoamericana en relación con los intelectuales y la cultura es, desde luego, lamentable. Esto no sólo obedece a que el sector abrazó y abraza a menudo causas censurables o impopulares -como políticas económicas de ajuste, la excesiva identificación con sus propios intereses económicos y su complicidad con regímenes dictatoriales-, sino también a que ignora la influencia nada despreciable que ejercen los intelectuales en la sociedad. Hacia éstos, la derecha ha sentido una suerte de desconfianza histórica, cuando no aversión, bien retratada por lo demás en el controvertido libro "Intelectuales", de Paul Johnson.
Es una relación no obstante esquizofrénica, por cuanto las mayores ventas las alcanzan lejos las librerías y salas de arte del Barrio Alto de Santiago, en donde predomina un elector de centroderecha. Es indudable que este mayor consumo cultural está determinado por factores socio-económicos, pero un observador desprejuiciado podría concluir que en Chile los intelectuales mantienen un diálogo preferencial con los sectores altos y medios, grupos usualmente de inspiración conservadora o moderada.
La izquierda, por el contrario, siempre ha tenido la película clara en materia cultural y la ha sabido aprovechar en las lides políticas. Si bien Marx no consideraba las ideas como el factor determinante para gatillar la revolución, sostenía que ellas devenían en una suerte de "fuerza material" al apoderarse de la conciencia de las masas. Lenin calificaba a los intelectuales de "ingenieros del alma humana", y las famosas "Palabras a los intelectuales" de Fidel Castro -en que les advirtió que podían crear lo que les viniera en gana, siempre y cuando se identificaran con la revolución-, afirman que no habría socialismo sólido sin el aporte decidido de los intelectuales.
En América Latina, exceptuando el caso de Cuba, sólo México ha impulsado una política sostenida y articulada hacia el mundo intelectual. Esto fue determinado en gran medida por la riquísima tradición cultural que heredó la revolución mexicana, y que el PRI cultivó y fomentó en su objetivo de mantenerse como fuerza hegemónica. Los resultados de esa política, en que el Estado jugó un rol preponderante, están a la vista y son innegables. No hay otra cultura en la región -con la excepción de la cubana de la isla y el exilio- que se proyecte con tanta fuerza y éxito.
En Chile, la identificación de la intelectualidad con la izquierda ha sido una constante desde antes de que Salvador Allende ganara la Presidencia. En 1970 resultaron claves Pablo Neruda, la nueva canción chilena y los escritores jóvenes, para crear una "atmósfera cultural de cambio". Después, bajo la dictadura, numerosos intelectuales se destacaron en el país y el extranjero denunciando al régimen, contribuyendo a fortalecer el antipinochetismo y la cultura, bosquejando a la vez un futuro democrático. Si hubo un terreno donde el régimen militar fué derrotado de forma apabulladora e inobjetable -y con él sus aliados-, ese fue el de la cultura.
El actual acercamiento de figuras intelectuales y políticos de centroderecha se articula en torno a figuras no tradicionales, de mediana edad y éxito personal, como Joaquín Lavín y Sebastián Piñera, y gira alrededor de tareas concretas de carácter estrictamente no ideológico, lo que demuestra que en el terreno "cosista" se están tendiendo puentes con mayor facilidad. Es un proceso aún incipiente en términos públicos, pero más amplio en el privado, donde aumentan los intelectuales que miran hoy sin tanto prejuicios a ciertos líderes de la centroderecha o al menos lo hacen con el mismo escepticismo con que observan a los de izquierda.
Si se reinstaura la democracia de los acuerdos, continúan reduciéndose las diferencias entre las visiones del gobierno y la oposición, y la izquierda comienza a enarbolar banderas pragmáticas, es evidente que la fuga de intelectuales de la izquierda hacia la derecha se hará cada vez menos traumática y sorprendente. Las iniciativas de Lavín en materia cultural y la reciente creación de un consejo ciudadano por Piñera, en el que hay personalidades que respaldaron a Lagos, indican una clara exploración de estos políticos en ese sentido.
Me da la impresión de que la centroderecha chilena esté aprendiendo de sus pares europeos o bien de Antonio Gramsci y su apasionante teoría sobre el "intelectual orgánico" y la imprescindible necesidad de alcanzar la "hegemonía" cultural para gobernar. Lavín y Piñera intuyen que para ser gobierno no basta con que el país esté convencido de que la economía de mercado es menos mala que la estatista, sino que además se requiere que la población se convenza de que es la centroderecha la que debe dirigirla. Pareciera que es lo mismo, pero no es igual, y para que esa premisa se convierta en "idea ambiental" es imprescindible la aproximación al ámbito de los intelectuales en su sentido amplio.
Así como la izquierda ha constatado que no puede hacer un buen gobierno sin un sólido puente hacia los empresarios, la centroderecha ha ido entendiendo que no puede aspirar a gobernar basándose exclusivamente en el empresariado y los ejecutivos. La centroderecha -quizás efectivamente bajo inspiración gramsciana- reconoce hoy que no bastan el poder económico, ni los cartones de MBA, ni las políticas económicas correctas ni los poderes fácticos para convertirse en gobierno, sino que tiene que dar también arduas batallas en áreas monopolizadas tradicionalmente por la izquierda, como el mundo popular y, hoy, el intelectual.
Si
las figuras de la cultura que inician el diálogo con la centroderecha
lo hacen no sólo buscando legítimas ventajas personales,
sino también políticas concretas en favor de una mayor creación
y difusión cultural en Chile, entonces ese proceso reportará
beneficios para todos.
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