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Jueves 14 de febrero de 2008
Señor Director:
Nuevamente me veo forzado a precisar algunos juicios emitidos por el señor
Sergio Villalobos en una carta publicada el miércoles 13 de febrero.
En primer término, el señor Villalobos propone nunca haber sostenido "que
los araucanos o mapuches hayan desaparecido; tampoco que su lengua se haya extinguido.
Pero sostengo que aquella parte de nuestra población es muy reducida".
De ahí debemos entender que los mapuches son sólo los que, según él,
no se han integrado a nuestra "civilizada" sociedad y se mantienen viviendo
en neo-rucas y hablando su "lengua moribunda". Con ello, nuevamente demuestra
su concepción estática y esencialista de la cultura, reafirmando
una posición paradigmática ya superada en historia y antropología,
aun cuando personalmente le había hecho notar su error conceptual.
Posteriormente acusa a "sus contradictores", entre los cuales supongo debo incluirme,
de desconocer su obra, sin notar mi reconocimiento a su tesis de los "tres siglos
de convivencia pacífica" (los que existieron, no así la integración
unidireccional propuesta por él en su posterior análisis) y mis
argumentos para contradecir su tesis referida a los pehuenches.
En tercer lugar, niega toda base de sustentación al concepto de "deuda
histórica", argumentando que fueron los "araucanos" quienes vendieron
sus tierras a cambio de licor y baratijas. Aquí nos enfrentamos a un problema
meridiano: o el señor Villalobos cree que los mapuches se encontraban
en igualdad de condiciones frente a los especuladores de tierras no mapuches,
y movidos por un deseo hedonista irrefrenable vendieron sus tierras sin problema
(propuesta de evidentes tintes discriminatorios), o, por otro lado, cree justa
la apropiación de un bien por parte de sujetos que a todas luces tenían
más conocimientos sobre las implicancias de la transacción que
sus contrapartes. En otras palabras, valida una simple estafa. Debiese ser de
conocimiento general que, en los últimos años, una de las pocas
investigaciones serias realizadas sobre la venta de terrenos mapuches en el siglo
XIX llegó a la conclusión, en la línea del economista Karl
Polanyi, de que la venta de tierras en la Araucanía implicaba una situación
de doble faz donde había un segmento, los no mapuches, que tenían
un concepto de la tierra como mercancía, y otro, los mapuches, para los
cuales era imposible abstraer la tierra a la misma categoría. Luego, los
mapuches no vendían en ningún caso la tierra, sino el acceso de
ciertos individuos a la comunidad que la ocupaba.
MARCELO GONZÁLEZ GÁLVEZ
Antropólogo Social
Miércoles 13 de febrero de 2008
Señor Director:
Varias personas han objetado en estas páginas mi posición frente
al problema de los araucanos y sus descendientes mestizos, antojadizamente denominados
mapuches. Responder en forma precisa sería imposible en el corto espacio
de esta sección; por esa razón me limitaré a la esencia
de los temas.
Jamás he sostenido que los araucanos o mapuches hayan desaparecido; tampoco
que su lengua se haya extinguido. Pero sostengo que aquella parte de nuestra
población es muy reducida. También la práctica del mapudungún
es muy escasa. Es una lengua moribunda hablada en unos pocos rincones.
En diversas obras, desconocidas por mis contradictores, he manifestado que la
dominación en la Araucanía fue facilitada, y hasta apoyada, por
los propios araucanos, que la aceptaron en no escasa medida y se adaptaron a
ella. De ahí que desde los inicios existiese intercambio, comercio, mestizaje
y aculturación, dando por resultado una fuerte integración.
El fenómeno es de una claridad asombrosa: ahí han estado obreros,
profesionales, altos funcionarios, ministros y varias decenas de parlamentarios.
La mayor demostración del fenómeno es la inteligente carta del
señor Daniel Colompil, ingeniero agrónomo y ex director del Instituto
de Desarrollo.
Igual que él, hay numerosos funcionarios bien calificados que gozan
de situación expectable.
El hecho de que el 70% de los mapuches vivan en ciudades es un buen índice
de la integración. El resto permanece con espíritu conservador
en sus antiguas tierras, trabajadas en forma rutinaria y solicitando recursos
oficiales que al fin pagan todos los chilenos.
Dentro de la demagogia indigenista se habla de una "deuda histórica",
un concepto que no tiene la menor base. Fueron los propios araucanos los que
ayudaron a su dominación, movidos por los intereses, por el aguardiente
y toda clase de baratijas.
Contingentes de araucanos, denominados "indios amigos" por los españoles,
combatieron contra sus hermanos y aceptaron beneficios al lado de los dominadores,
incluso sueldos e incorporación a la planta del Ejército Real.
Aprovecharon el comercio y transformaron su economía, aceptaron a sus
hijos mestizos, algunos de los cuales fueron caciques de renombre.
Durante la ocupación, arrendaron y vendieron tierras a los "huincas",
en medio de mutuos engaños, y hubo muchas comunidades que aceptaron el
avance de las tropas y la instalación de colonos.
Sin la colaboración de los propios araucanos no habría habido dominación.
Es lamentable que mis contradictores desconozcan las investigaciones y libros
que he dedicado al estudio de los pehuenches y de los araucanos y su relación
con los dominadores, donde todos estos aspectos están tratados en profundidad;
también es deplorable que ignoren las encuestas realizadas desde hace
años por Mideplan y el CEP.
SERGIO VILLALOBOS RIVERA
Martes 12 de febrero de 2008
Señor Director:
Respecto del artículo de opinión del 3 de febrero: "Falsedades
sobre la Araucanía", del señor Sergio Villalobos, me permito
hacer las siguientes precisiones. En la democracia chilena han existido
apenas dos ministros de Estado de origen indígena: en la década
del 50 del pasado siglo, don Venancio Coñoepan; durante el período
de la Concertación, el señor Francisco Huenchumilla.
Como se observa, un balance francamente negativo, lo cual pone en evidencia
la escasa o mínima inserción institucional de los pueblos
originarios.
Muy lejos están los indígenas de Chile de colocarse en un
pie de igualdad con todos los chilenos. En mi condición de profesional
mapuche, tuve el honor de ser nombrado por el entonces Presidente Salvador
Allende como director del Instituto de Desarrollo Indígena (IDI)
en un primer y único período desde su creación, en
septiembre de 1972, hasta abril de 1973. Institución pionera, antecesora
de la actual Conadi, de vida efímera, ya que fue disuelta por obra
y gracia del golpe militar. Estos y otros pormenores del imaginario indígena
los explicito detalladamente en un trabajo biográfico intitulado "Un
mapuche de Chile", que he realizado junto a mi hijo, el abogado Daniel
Colompil Velásquez.
Asimismo resulta indispensable que el Estado de Chile apruebe el Convenio
169 de la OIT sobre pueblos originarios y lo incorpore a su legislación,
toda vez que es una herramienta jurídica sustancial, fruto del consenso
de las naciones. Éste sería un modo de actuar sin paternalismos
y avanzar en favor de la corriente mundial de dignificación de los
pueblos indígenas. Chile pretende integrarse al mundo desarrollado
en materia de finanzas internacionales, tratados de libre comercio, etcétera;
sin embargo, no se percibe el mismo fervor en materia de derechos humanos
y respeto a las minorías. Los avances logrados por los pueblos indígenas
no son resultado de voces interesadas, antropólogos, políticos
ni periodistas, sino que son fruto del consenso de la comunidad internacional.
DANIEL COLOMPIL QUILAQUEO
Ingeniero Agrónomo-Universidad de Chile
Ex Director del Instituto de Desarrollo
Lunes 11 de febrero de 2008
Señor Director:
Gracias al señor Villalobos me entero de que los mapuche no existen; perdón
me expresé en mapuzungun, quise decir los araucanos. ¿En qué minuto
sucedió? Seguramente fue por su capacidad de adaptación, tanto
que les gustó el caballo, el hierro y ahora la internet y el Partido Separatista
Vasco. Todas éstas son señales de que ha desaparecido su cultura.
Por supuesto, sólo la nuestra, la cultura dominante, ese vástago
casi occidental, tiene el privilegio de imitar al mundo industrializado y de
cambiar para adaptarse sin perder su identidad. Lo sospechaba, pero no me atrevía
a decirlo. Ahora que lo afirma alguien que goza de la autoridad conferida por
los cartapacios de la educación formal, lo puedo repetir: el mapuche no
existe.
Los libros publicados en esa lengua (en ediciones bilingües) son nada más
que una moda étnica de autores como Leonel Lienlaf, Elicura Chihuailaf,
Jaime Huenún, Jacqueline Canihuán, Adriana Paredes Pinda, entre
muchos. Un albañil de Cerro Navia, David Añiñir, un día
se levantó por la mañana y decidió convencer a sus padres,
emigrados de reservaciones indígenas, de que él era mapuche. También
fingió frente a sus vecinos que era un peñi, y ellos también
venían fingiendo hace dos o tres generaciones, desde que instalaron su
campamento en la periferia de Santiago-waria. Qué descaro, a ese albañil
se le ocurrió escribir poemas con palabras mapuches incrustadas y al mismo
tiempo declararse punk (¡un mapunky, imagínense!). Su libro Mapurbe
también debe ser un capricho, y gracias a las tranquilizadoras palabras
del señor Villalobos sabemos que habla de algo que no existe.
RODRIGO ROJAS
Director Escuela de Literatura, UDP
Sábado 9 de febrero de 2008
Señor Director:
A propósito de la carta del señor Sergio Villalobos, publicada
ayer, me gustaría hacer algunas acotaciones.
En primer lugar, en su respuesta a la carta del señor Soublette, publicada
el miércoles 6 de febrero, acusa a éste de permanecer ignorante
respecto de las últimas investigaciones históricas y antropológicas
sobre los mapuche (autodenominación que ellos se otorgan y por tanto perfectamente
válida). Sin embargo, obvia de su posterior argumento las indagaciones
de dos de los investigadores más connotados en la materia: Rolf Foerster
y Guillaume Boccara, justamente porque contradicen su tesis positivista del mestizaje.
Es importante destacar que los "tres siglos de convivencia pacífica" dejaron
su huella en la Araucanía, pero que esa huella, lejos de ser entendida
como una absorción -a la manera decimonónica-, debe leerse como
una canibalización adaptativa ante los mecanismos impuestos por el poder
colonizador, un poco en la línea de Viveiros de Castro, antropólogo
contemporáneo probablemente desconocido para el señor Villalobos.
En segundo término, argüir que los mapuches urbanos no conocen las
costumbres ni la lengua ancestral para sostener que en realidad no son mapuches
es un argumento tanto reduccionista como injusto. Reduccionista, porque asume
que la "cultura" es estática y que una vez perdida es irrecuperable,
y, por tanto, no es un asunto de voluntad individual y colectiva, o en términos
de Renan, un "plebiscito diario". Injusto, porque es bien conocido que la mayor
parte de los mapuches urbanos pertenecen a una segunda o tercera generación
de migrantes, y son hijos de sujetos que vivieron en carne viva la más
terrible de las discriminaciones, cuestión ante la que se vieron obligados
a ocultar sus creencias ancestrales.
En tercer término, y nuevamente por hacer caso omiso de las últimas
investigaciones, fundamentalmente doctorales, es imposible sostener que los pehuenches
conformaban una entidad completamente distinta a los mapuches. Lo mismo vale
para los huilliches, pikunches o puelches. Estos términos en mapudungun
funcionan como deícticos. Y si bien en ciertos contextos históricos
se alcanzaron adaptaciones o alianzas particulares, esto no valida la propuesta
realizada en 1989 por Villalobos, fundamentalmente si se conoce algo de la historia
política de la Araucanía con anterioridad a su mal llamada "Pacificación".
MARCELO GONZÁLEZ GÁLVEZ
Antropólogo Social
Miércoles 6 de febrero de 2008
Señor Director:
En su edición del domingo 3 de febrero, el historiador Sergio Villalobos
publicó un artículo sobre los "araucanos", cuya terminología
equívoca induce a error. Dice que los mapuches son chilenos, y eso no
sólo jurídicamente, sino como raza, pues según él
la etnia mapuche ha dejado de existir por el mestizaje... Con ese tipo de generalizaciones
de escritorio da la impresión de que la intención de don Sergio
es la de solucionar el problema mapuche suprimiéndolo; vale decir, ¡los
mapuches no existen! Con más visión antropológica, un sacerdote
jesuita que conoce a los mapuches envió una carta el día anterior
en que decía: "En el fondo, ellos no quieren modernización ni chilenización,
sino un desarrollo desde sus propias raíces", y eso porque es una cultura
viva.
¿Qué se puede entender de la historia sin una visión antropológica?
Don Sergio no parece ser el tipo de historiador que entienda el fenómeno
histórico de la cultura como una creación del espíritu.
Por eso cae en afirmaciones tan falaces como ésta: "Los araucanos acabaron
en forma violenta con los pehuenches". Él, desde su escritorio, puede
hacer ese tipo de generalizaciones. Otra cosa es tomarse la pena de subir la
cordillera a encontrarse con ellos -como lo ha hecho el suscrito-, participar
de su vida cotidiana y asistir a sus grandes rogativas para comprender que ahí hay
una cultura diferente a la de las zonas propiamente mapuches, aunque de la misma
base. Antropólogos norteamericanos alertaron a la Unesco sobre la necesidad
de crear un programa de estudio de la cultura de esa etnia cordillerana.
La expresión "acabar" con un pueblo usada por Sergio Villalobos es un
empréstito de la historia civilizada de Europa. Los romanos "acabaron" con
los cartagineses. Pero los mapuches antiguos, que ni siquiera tenían la
conciencia de ser una nación en el sentido político, ni tenían
noción de la propiedad de la tierra, ni de la concentración del
poder, mal podrían, sin esos elementos culturales, concebir el proyecto
imperialista de acabar con sus hermanos pehuenches.
Mal que le pese a don Sergio, la etnia mapuche y su cultura existen, como
también
existe la cultura pehuenche.
GAST ÓN SOUBLETTE
Tribuna
Domingo 03 de Febrero de 2008
Sergio Villalobos Rivera
En el tema de los mal llamados “mapuches”, surgen con vehemencia opiniones infundadas o que son producto de la ignorancia. Cualquier persona que eche un vistazo sobre la historia universal comprenderá que el trayecto de la humanidad ha sido una superposición, violenta o pacífica, de unos pueblos o etnias sobre otros. Los bárbaros germanos de la Galia fueron sometidos por Julio César, dando lugar a la formación de la Francia Moderna.
Los mismos araucanos acabaron en forma violenta con los pehuenches —los verdaderos y antiguos pehuenches—para asentar su dominio.
Todas las dominaciones han sido un doble proceso: la imposición violenta o pacífica de los dominadores y la aceptación, pese a la lucha, de los dominados. Estos terminan adaptándose y acomodándose en el lado de los dominadores e incluso combaten al lado de éstos contra sus hermanos. Es lo que ocurrió con los araucanos.
Los conquistadores fueron apoyados por parte de las agrupaciones araucanas mediante contingentes apreciables, que explican en parte el triunfo de los hispanochilenos, de modo que fueron los mismos araucanos los que contribuyeron a su sometimiento. Los “indios amigos” como se los denominó, apoyaron a los cristianos en los preparativos, en la marcha y en la lucha, actuando con fiereza contra sus hermanos y fueron parte importante en la victoria. Eventualmente figuraron en la planta del ejército español y luego el chileno. Un número apreciable de caciques fueron reconocidos oficialmente y recibían un sueldo.
En suma, los araucanos también fueron protagonistas de su dominación.
Desde el primer contacto con los españoles, los araucanos se sintieron
atraídos por el hierro, los géneros, los adornos, y el caballo
de los conquistadores, y muy especialmente, el vino y el aguardiente.
Comenzó de esa manera un acercamiento que, interrumpido de tiempo en
tiempo, acercó a los bandos en lucha. No tardaron en establecerse un
comercio y relaciones pacíficas, que, por otro lado, ayudaron al mestizaje
físico y cultural, de modo que quienes se dicen mapuches hoy día,
son mestizos descendientes de los indígenas y de los huincas. En sus
venas corre la sangre indígena y la hispanocriolla, igual que en todos
los chilenos. Son chilenos.
Un error muy frecuente al referirse a la Araucanía es pensar que en ella hubo por siglos una lucha tenaz. La verdad es que sólo en los comienzos y durante un siglo, hasta mediados del XVII, hubo una guerra sostenida. Con posterioridad y hasta la incorporación definitiva en 1883, durante 200 años, la lucha perdió significado y fue un conflicto intermitente, transcurriendo largos períodos de paz. Existió una relación fronteriza, con toda clase de contactos, que fue lo que permitió la aproximación de los dos bandos.
La política de los gobiernos republicanos al procurar la incorporación de la Araucanía no fue de exterminio ni destrucción, sino que, por el contrario, se buscó la manera pacífica de hacerlo dando instrucciones precisas a los jefes militares; pero es claro que esa intención tenía algo de ilusoria y que los hechos concretos significaron lucha armada, en algunos momentos violenta y cruel por ambos lados.
Al repartir la tierra de colonización se conservó a las comunidades autóctonas el espacio que realmente dominaban. Además en algunos casos, se compraron terrenos para colonizar y erigir fuertes y los particulares también se valieron de la adquisición, que los indígenas muchas veces aceptaban por unas cuantas botijas de aguardiente. También se cometían engaños por parte de los colonizadores y de los indios.
A medida que avanzó la colonización y hasta el día de hoy, la integración de los araucanos ha sido una realidad evidente, impulsada por la política oficial y el propio esfuerzo. Sería ocioso referirse a la obra material realizada por todos los gobiernos y la acción cultural. Los mismos araucanos se incorporaron, aunque con dificultades, al sistema de producción de los dominadores y a su comercio, construyendo una nueva realidad, aunque, parezca defectuosa. Han concurrido a las escuelas, los liceos y las universidades logrando una situación expectable. Desde hace muchos años son profesionales, empleados, obreros y artesanos. Han sido, autoridades en los servicios públicos, representantes municipales, parlamentarios y ministros de estado, colocándose en un pie de igualdad con todos los chilenos.
Suele mencionarse la pobreza en la Araucanía y se olvida que somos un país pobre y que estamos llenos, de norte a sur, de rincones de extrema pobreza. Quizás hay otros chilenos que necesitan más ayuda que quienes pueblan la Araucanía.
Después de tantos años de historia resulta comprensible que haya tantos descendientes de los viejos araucanos que han logrado integrarse y que otros lo desean. Pero hay voces interesadas de antropólogos, activistas, políticos y periodistas, que pretenden ignorar esa realidad, propician la segregación y la mantención de categorías ancestrales. Van contra la corriente o son paternalistas.