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2020-04-17 | Cultura | MapucheEl escribano de los mapucheLuis Sepúlveda KallfukuráA quien Luis Sepúlveda querÃa parecérsele era a su tÃo abuelo Ignacio Kallfukurá, para contarles a los niños mapuches al atardecer y junto al rÃo historias donde hablasen zorros, pumas, cóndores y wigña , el gato salvaje.
Luis Sepúlveda se consideraba también un mapuche, que significa Gente de la Tierra. Y en la AraucanÃa, Wallmapu, el paÃs de la Gente de la Tierra ubicó Historia de un perro llamado Lea (Tusquets) en 2016. Por entonces ya tenÃa la edad de su tÃo abuelo cuando le escuchaba fantasear. Sepúlveda siempre sonreÃa y nunca paraba de hablar. Tampoco en la larga sobremesa, hará unos 20 años, de una comida en un restaurante por la madrileña plaza de Callao, que se fue acercando a la hora de la cena mientras seguÃa y seguÃa contando anécdotas. Al grupo acabaron acercándose comensales de otras mesas atraÃdos por su gracia y un camarero que de pie seguÃa aquellas aventuras sin final. La última vez lo vi en el aeropuerto de Barajas; iba o venÃa de Lisboa. La misma sonrisa, iguales los dientes. Escuchar o decir Sepúlveda equivale a Un viejo que leÃa novelas de amor (Tusquets, 1993), la novela que le rompió las costuras y que tanto ha hecho feliz a tantos. Luis Sepúlveda tenÃa algo de Antonio José BolÃvar Proaño, el hombre que tras la muerte de su esposa, Dolores Encarnación del SantÃsimo Sacramento Estupiñán Otavalo, se fue selva adentro, al paÃs de los shuar, los indios a los que algunos llaman jÃbaros que cazaban dantas, guatusas, capibaras, saÃnos, monos, aves y reptiles. Con ellos aprendió a valerse de la cerbatana, silenciosa y efectiva en la caza, y de la lanza frente a los veloces peces. Fue uno de ellos sin serlo. Antonio José BolÃvar Proaño escuchó atónito cómo los shuar (simpáticos como una manada de micos, habladores como los papagayos borrachos y gritones como los diablos) entonaban aments, poemas nasales que describÃan la alegrÃa del placer y mantenÃan la costumbre de sólo permanecer tres años en un mismo lugar, llevando consigo sus chozas y los huesos blancos de sus antepasados. Más aún cuando llegaron colonos prometiendo una felicidad nueva a base de whisky a cambio de tierras para que el ganado y el negocio de la madera se ampliara más allá de cualquier frontera. Con ellos, los buscadores de oro. AsÃ, mezclando realidad y fantasÃa, avanzan las páginas esplendorosas de Un viejo... Fue en El Dorado, un poblado de unas cien viviendas junto al rÃo, con cuartel de policÃa, iglesia y escuela, donde se acercó tras varios dÃas de canoa Antonio José BolÃvar Proaño una vez cumplidos 40 años en la selva. Tras leerse los 50 libros que tenÃa la maestra descubrió que sólo le gustó uno, El rosario de Florence Barclay. Los personajes sufrÃan y mezclaban la dicha con los padecimientos de una manera tan bella, que la lupa se le empañaba de lágrimas. El viejo leÃa en voz alto, despacio y repetÃa las frases que le gustaban hasta robarles el sentido. LeÃa un dÃa y otro hasta dejar a los libros exhaustos. A El Idilio, el poblado donde vivÃa, le traÃa dos veces al año aquellas desventuras el doctor Rubicundo LoachamÃn, un dentista que arrastraba un sillón portátil de barbero. El sacamuelas ajustaba el precio de las dentaduras postizas tras haber desdentado al paciente y haberlo insultado en plena faena: Siéntate tranquilo y demuestra que tienes bien puestos los huevos. Un montubio se dejó sacar la dentadura entera por una apuesta: una pepita de oro por pieza, sana o carcomida. Antonio José BolÃvar Proaño sólo se acoplaba la suya para comer y dormir, el resto del dÃa la guardaba envuelta en un pañuelo. En esa selva de boas y papagayos, loros y saÃnos, de largas temporadas de lluvia y de machete en mano tuvo que adentrarse el viejo que leÃa novelas de amor para recuperar el cuerpo de un hombre muerto por un triguillo, un felino audaz y de inteligencia refinada del que todos recelaban. Si el rastreo es demasiado fácil y te hace sentir confiado, quiere decir que el triguillo te está mirando la nuca. A solas y entre la espesura se enfrentan ese animal atigrado y el anciano al final de una novela impagable para cualquier dÃa del año, para cualquier momento. Por: Manuel Llorente Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2020/04/16/5e988edffdddffde388b45d3.html Fuente: Centro de Documentación Mapuche, Ñuke Mapu |
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