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![]() 2018-11-30 | Comunidades | MapucheSociedad o violencia¿Qué paz queremos para el Wallmapu?âChile âmala copia feliz del Edénâ no ha aprendido nada, ni de afuera ni de lo que ha ocurrido en su interior. Chilenos y Mapuche construimos una simbiosis de violencia que se acentúa en algunos grupos y se disimula en otrosâ.Hay un texto de W. Benjamin, Para una CrÃtica de la Violencia, que habla de diversas violencias. Una de ellas es la âestructuralâ, que sobrepasa al Estado, se instala en los sujetos y los dispone a la posibilidad de sacrificar sus cuerpos para destruir los cuerpos de los otros. Sin duda, Benjamin se adelanta a explicar la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento de los totalitarismos, de la toma del poder por parte de grupos que manipulan ideológicamente la violencia. Esto es clave para entender la violencia desmedida en Europa, a lo largo del siglo XX: la violencia no vino con los nazistas ni con los fascistas, ya estaba instalada en los odios raciales, los nacionalismos. La negación del otro por pensar distinto habitaba en el granjero y el obrero industrial, en el mundo popular, en las clases medias y en las clases altas, y ninguna pudo predecir adónde los llevarÃa. Para erradicar el odio, luego de la Segunda Guerra, se construyó la memoria del horror y se condenaron las ideologÃas totalitarias. En los espacios públicos se crearon memoriales, textos de testimonio, pelÃculas y visitas educativas a los campos de concentración. Pero no fue suficiente, la violencia seguÃa merodeando en los lugares Ãntimos, porque vencedores y vencidos, sus hijos después y hoy sus nietos, rememoraban con parientes y amigos, en cada encuentro familiar, en cada copa de un bar, esas historias y esos sentimientos que daban continuidad a la violencia. Hoy no es de extrañar que en Europa la violencia estructural reinstale a la extrema derecha como un actor polÃtico central. Chile âmala copia feliz del Edénâ no ha aprendido nada, ni de afuera ni de lo que ha ocurrido en su interior. Chilenos y Mapuche construimos una simbiosis de violencia que se acentúa en algunos grupos y se disimula en otros. No es extraño, en este paÃs que se extendió territorialmente en base a las guerras como la Ocupación CÃvico Militar de la AraucanÃa, la Guerra del PacÃfico y la guerra de los colonos contra los pueblos australes. La violencia ha construido un orden social por medio de matanzas e impunidades; una paz basada en el miedo es la triste base de la soberanÃa chilena. Esa violencia estructural se direcciona hacia grupos y sujetos sociales especÃficos. En el caso de Chile, los ciudadanos de segunda clase son los pobres, los indÃgenas y los migrantes, y sus dificultades se incrementan si son mujeres, ancianos, niños o minorÃas sexuales. A ellos se les puede golpear o matar sin que eso rasguñe la integridad del paÃs ni el sentido común de algunos âciviles y uniformadosâ, inmunes al remordimiento de sus actos. Para el caso mapuche la impunidad ha funcionado para mantener la legitimidad estatal, el abuso policial se ha convertido en costumbre, naturalizando la violencia, instalándose en el imaginario de los estigmas: el indio flojo, borracho, ignorante y violento. Estas explicaciones pueden ser agresivas (estableciendo culpas) o comprensivas (justificando situaciones), se repiten y transmiten por generaciones, al interior de las familias y entre amigos, instalada en la vida cotidiana, en las bromas, anécdotas o chistes, como la âpatronaâ que le cuenta a las amigas que la Juanita, la niña mapuche que llegó del campo y como no sabÃa lo que era una carbonada, cuando le dieron la orden de cocinarla, salió al patio a buscar carbón. Le pudo pasar a más de una mujer mapuche, y asà se reinstala el racismo, el clasismo, la misoginia. Paz y desolación Hay más cosas especÃficas del caso mapuche. Una de ellas es la cultura sociopolÃtica instalada al sur del BiobÃo, como resulta ser el colonialismo âpalabra cada vez más popularizadaâ, es decir que existe un colono y un colonizado. El primero es una figura que representa el extremo positivo de la sociedad, que para el caso de una región conservadora (como la AraucanÃa) significa ser cristiano, conservador, misógino y convencido de su superioridad moral (lo que calza muy bien con la derecha y explica su alta votación en la región). Y el colonizado es el otro extremo de la escala de valores, el indio atrasado, bárbaro, ignorante e inferior, que para redimirse debe parecerse al colono, y que aunque lo consiga, sigue siendo un no deseado. Estas representaciones permiten asignar todas las etiquetas negativas al colonizado, ya sea terrorista, delincuente o traficante de piezas de autos robados en Ercilla. El Lof de Temucuicui, de donde venÃa Camilo Catrillanca, ha sufrido desde varios años la criminalización de sus integrantes, que han sido sometidos a juicios públicos a través de la prensa, que los condenaba de antemano, y juicios en tribunales, sin garantÃas de debido proceso. Y aunque la solidaridad ha sido grande, ni el movimiento mapuche ni la sociedad civil podrÃan revertir la situación. La globalización ha fragmentado a la izquierda y a los indÃgenas, con subjetividades e identidades, que se aÃslan unas de otras, que huyen y se violentan entre sÃ. A diferencia de las derechas âque crecen, convergen y se unifican en el conservadurismo y el nacionalismoâ la sociedad civil ha respondido en redes sociales y en diversas manifestaciones condenando la violencia; asà mismo, nos falta responsabilidad para desarmar la violencia en nuestras relaciones de pareja, familiares, de amistad, y de militancia. Debemos eliminar a la violencia estructural desde adentro y desde afuera, con un movimiento mapuche que nos convoque y sea capaz de pensar estratégicamente el futuro en conjunto. Porque si bien el Estado es quien administra la violencia en el ámbito público, somos nosotros quienes la sostenemos a un nivel interno y la hacemos pervivir. El presente se ve oscuro, las señales polÃticas y judiciales, en la AraucanÃa se podrÃan resumir en un escena de El Gran Debate, pelÃcula de Denzel Washington, en la alocución de Henry Lowe sobre la necesidad de proteger a la población de la gran recesión de los 30â en EEUU: âUna vez un general romano trajo paz a una a una provincia insurrecta. Por matar a sus ciudadanos, hasta sus compatriotas romanos estaban sorprendidos. Uno de ellos escribió: Solitudinem factium, pacem appelant. Lo que significa: Ellos crean desolación y lo llaman pazâ. Ãl se referÃa a que un Estado no puede matar a sus ciudadanos con tal de dar vida a la economÃa. La autonomÃa de Carabineros, y su resistencia a crear protocolos (con el respaldo del ejecutivo), un presidente que solo se reúne con el poder para relanzar un plan de inversión cuestionado y el nombramiento de un intendente convencido de que la mejor paz es por la fuerza militar, nos dice que hay una apuesta por la desolación. ¿Podremos generar una sociedad civil organizada y fortalecer sus instituciones, asà como nosotros erradicar la violencia de nuestros espacios? ¿De qué manera podemos detener el fascismo social y de erradicar la miseria humana del poder? *Por Sergio Caniuqueo Huircapan â Historiador Mapuche, Investigador adjunto CIIR-PUC. Fuente: The Clinic |
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