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2019-10-27 | Antecedentes | ChilenoChileEl reventón social, una mirada históricaSe trata del reventón social más extendido, violento y significativo que ha vivido el paÃs en toda su historia. Y el único, además, que hasta ahora no ha dado lugar a una sangrienta masacre como respuesta por parte de los aparatos policiales y militares del Estado central.
Desde el 18 de octubre sacude Santiago y el resto de Chile una masiva protesta social, en la que amplios sectores medios y de las clases populares han concurrido a manifestar su rechazo al modelo neoliberal vigente. La protesta ha redundado en grandes marchas, «caceroleos» multitudinarios y enormes destrozos, saqueos e incendios en estaciones del tren subterráneo, supermercados y multitiendas, lo que ha conmovido profundamente a la opinión pública nacional e incluso internacional. Sin duda, se trata del «reventón social» más extendido, violento y significativo que ha vivido el paÃs en toda su historia. Y el único, además, que hasta ahora no ha dado lugar a una sangrienta masacre como respuesta por parte de los aparatos policiales y militares del Estado central. Dadas esas caracterÃsticas, se hace necesario trazar algunas perspectivas históricas mÃnimas para precisar su especificidad polÃtica y sus posibles proyecciones. 1. Debe tenerse en cuenta que en Chile, desde 1973, se impuso por la violencia extrema un modelo neoliberal «de laboratorio», por la necesidad estratégica de demostrar, en el marco de la Guerra FrÃa, que la economÃa de mercado podÃa generar «desarrollo económico social» y no solo «subdesarrollo», como se planteó en el Tercer Mundo en las décadas de 1960 y 1970. A esos efectos se dictó la Constitución de 1980 (ilegÃtima), se aplicó el modelo neoliberal diseñado por la Universidad de Chicago, se habilitó la entrada libre para el gran capital financiero internacional y, por la reactivación económica producida por ese capital, se integró a Chile en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), por su carácter paradigmático. Para salvar ese modelo, se retiró al general Augusto Pinochet del comando superior del proceso (era disfuncional), y la vieja clase polÃtica civil chilena aceptó administrar la herencia recibida, como premio por traicionar sus viejas lealtades socialistas o estatistas. El rechazo de la ciudadanÃa a la tiranÃa militar, a la llamada «transición a la democracia» y al gobierno que encabezó, desde 1990, el presidente Patricio Aylwin fue inmediato y, además, creciente. En 1991, una encuesta pública realizada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) demostró que 54% de los chilenos adultos rechazaba, no creÃa o no confiaba ni en el Estado ni en los partidos polÃticos, y menos aún en los polÃticos. Esa cifra fue creciendo consistentemente desde entonces y alcanzó entre 2017 y 2019 cifras que fluctuaban entre 80% y 95%. Es decir, junto con la crisis por ilegitimidad de nacimiento, el modelo neoliberal chileno fue acumulando una crisis de representatividad que llegó a ser casi absoluta. Es decir, se generó una caldera cÃvica que podÃa estallar en cualquier momento si no se le aplicaban válvulas de compensación eficientes. Finalmente, el estallido se produjo en el weekend pasado. 2. Durante décadas (1938-1973), el Estado y las grandes universidades chilenas jugaron un papel de investigación, planificación y centralización de las polÃticas de desarrollo. Eso convirtió al Estado y al sistema de partidos polÃticos en una gran maquinaria patriarcal: el Estado era empresario desarrollista; protector asistencial de trabajadores, mujeres y niños; promotor de reformas estructurales (reforma agraria, educacional, tributaria, etc.) y, finalmente (durante los gobiernos de Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende Gossens), fue un Estado revolucionario (en libertad y legalidad). La conversión en Chile del Estado liberal en un Estado patriarcal-planificador (providence state lo llamaron sociólogos norteamericanos) transformó a la ciudadanÃa «sociocrática» (soberana) del periodo 1918-1925 en una «masa callejera» disciplinada, demandante y protestante, seguidora de caudillos y vanguardias, respetuosa de las leyes vigentes y, sobre todo, de la Constitución de 1925 (ilegÃtima). Ese tipo de Estado (liberal, pero reformista y revolucionario) experimentó una crisis económica sostenida entre 1945 y 1970, y una crisis polÃtica catastrófica en 1973. Como se sabe, la tiranÃa militar eliminó ese Estado y ese tipo de ciudadanÃa desde 1973, mediante un brutal triple shock. Eliminó con ello tanto la polÃtica revolucionaria de la izquierda como la polÃtica reformista del centro. De este modo, la ciudadanÃa, y en especial la clase popular, debieron comenzar a construir un camino polÃtico distinto. Por eso, cuando en 1991 54% de los chilenos rechazó el modelo neoliberal, la ciudadanÃa ya no era «masa seguidora» sino «movimiento social»; esto es, gente que tendÃa a pensar por sà misma y adoptar posiciones polÃticas autónomas, con creciente independencia de los partidos polÃticos. De ese modo, en 2001,50.000 estudiantes de enseñanza media salieron a la calle, en el llamado «mochilazo», para rechazar el modelo neoliberal gritando una consigna revolucionaria: «¡La asamblea manda!». Esto puede traducirse como «Mandamos nosotros, no los partidos ni el gobierno». En 2006 salieron a la calle ya no 50.000 en Santiago sino 1.400.000 adolescentes en todo Chile, en las protestas conocidas como el «pingüinazo»; y gritaban lo mismo. El PNUD, que venÃa observando el proceso desde 1991, diagnosticó: «En Chile está en marcha un proceso de ciudadanización de la polÃtica». En 2011, en esa misma lógica, se movilizaron masivamente los estudiantes universitarios. Desde 2012, lo hicieron las asambleas ciudadanas territoriales (en Freirina, Punta Arenas, Aysén, Calama, Chiloé, Pascua Lama, etc.) y en 2018, masivamente, la marea feminista. 3. Los gobiernos neoliberales de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI (de Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz Tagle, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera), sin atender a la dirección a la que apuntaba el movimiento ciudadano, no hicieron más que completar y perfeccionar el modelo neoliberal original dándole una apariencia modernista, democrática y futurista. Todo ello bajo el apotegma de que Chile era el «jaguar» de América Latina, una analogÃa con los «tigres» del Sudeste asiático? De este modo, privatizaron la educación, la salud, el agua natural y potable, la previsión, el transporte, las comunicaciones, las carreteras, la pesca, los bosques y las salmoneras y permitieron gigantescos entendimientos ilegales entre las grandes empresas y multimillonarios desfalcos y evasiones tributarias. Al mismo tiempo, la clase polÃtica civil se consolidaba como «carrera profesional» altamente remunerada, mientras persuadÃa a la clase polÃtica militar a compartir responsabilidades y la defensa de una fluida inserción de Chile en la economÃa globalizada, para permitir que las grandes inversiones extranjeras continuaran dentro del paÃs impulsando su «desarrollo». Esta polÃtica descargó un enorme peso sobre los ingresos de la clase popular y en los grupos medios. La extracción de plusvalÃa se incrementó rápidamente y llegó a un nivel absoluto, disimulándose detrás de una gigantesca oferta de créditos de consumo, que permitió a los pobres consumir lo que deseaban comprando a crédito las mercancÃas que dan «estatus» de clase media. AsÃ, según informes difundidos en la prensa, un hogar chileno promedio carga una deuda equivalente a casi 75% de su ingreso familiar y ocho veces el total de sus ingresos en un año. Todo es mercancÃa y todo se paga a crédito (incluyendo la salud, la educación y los 480.000 automóviles nuevos que año tras año se importan en el paÃs). La plusvalÃa absoluta se disimula detrás de un crédito inflado al máximo. Por eso, el desarrollo en Chile ya no se mide en el aumento de la «producción», sino en el aumento de las «transacciones comerciales». La explotación extrema se esconde, pues, detrás del púdico velo del hiperconsumismo. 4. A la crisis por ilegitimidad sistémica y a la crisis de representatividad polÃtica se suma, pues, la de la plusvalÃa absolutizada escondida detrás del consumismo. Y como si fuera poco, esta olla de presión carece de válvulas de escape o de compensación. Primero, porque en Chile ya no hay izquierda, ni dentro ni fuera del Parlamento: todos los partidos respetan la Constitución de 1980 y/o promueven reformas promodelo; segundo, porque las ideologÃas revolucionarias (todas ellas eran importadas) fracasaron con Salvador Allende y Miguel EnrÃquez después de 1973 ?aunque hay una nueva izquierda, los nuevos partidos son percibidos como el sector juvenil de la vieja clase polÃtica?; tercero, porque las ONG de los años 1980 y 1990, que trabajaron inmersas en la sociedad civil y para la sociedad civil, ya no existen; cuarto, porque todas las universidades actuales están impregnadas por la praxis neoliberal (individualismo, obsesión por el currÃculum personal, competencia entre intelectuales y entre universidades, internacionalización de sus académicos y sus papers, masas estudiantiles desconcertadas, etc.), razón por lo que ya no piensan los problemas del paÃs y de la ciudadanÃa, sino sus carreras académicas individuales, y quinto, porque los polÃticos y los partidos, aparte de su campaña electoral (exacerbada porque se les paga una cantidad de dinero por cada voto que obtienen), no tienen contacto real ni permanente con sus bases electorales, etc. En resumen: el importante proceso de ciudadanización de la polÃtica que detectó el PNUD hace ya casi 20 años carece de apoyo teórico, de definiciones polÃticas y de acompañamiento orgánico, pues se trata de un proceso nuevo y de un tipo de polÃtica que, si bien se ha practicado en el pasado, está aplastada por un enorme bloque de conveniente amnesia teórica. El desconcierto polÃtico de los ciudadanos agrega, pues, por su lado, un ancho tapón que retarda la explosión «coherente» de la caldera total. 5. En ese contexto, el actual gobierno (de derecha y neoliberal puro) que, paradojalmente, fue elegido por segunda vez ?no consecutiva? con una mayorÃa significativa, se sintió cómodo para iniciar una serie de propuestas legales tendientes a perfeccionar aún más la rentabilidad empresarial, apostando a que esa rentabilidad es la base del desarrollo excepcional de Chile, un modelo neoliberal que es ya el más perfecto del orbe. Enceguecido por su triunfo electoral, Piñera no tomó en cuenta la cuádruple caldera de presión que tenÃa bajo sus pies. La actitud y las declaraciones del presidente Piñera son patéticamente expresivas de esa ceguera («somos un oasis en la convulsionada América Latina»). Por eso, solo faltaba la chispa (cualquier chispa) que, crispando la piel de los adolescentes de Chile (que han demostrado desde el siglo XX que tienen más sensibilidad histórica e irritabilidad polÃtica que los estudiantes universitarios y el proletariado juntos), hizo estallar todas las calderas a propósito de una aparente nimiedad: un alza de 30 pesos (0,04 dólares) en la tarifa del Metro de la capital, un sistema de transporte particularmente caro. Cuando la opresión sobre la ciudadanÃa total es múltiple y llega a un punto barométrico extremo, cualquier bengala puede producir el estallido de una crisis larvada y alargada por demasiado tiempo. 6. Chile ha tenido, desde el siglo XVI, un «bajo pueblo» demográficamente mayoritario pero majaderamente maltratado, el pueblo mestizo. Desde el siglo XVII y hasta el dÃa de hoy, el pueblo mestizo ha constituido entre 52% y 68% de la población nacional. Nació como un pueblo sin territorio, sin acceso legal a la propiedad, sin memoria propia, sin lenguaje propio y ?por decisión del rey de España y después por conveniencia de la oligarquÃa mercantil chilena? sin derecho escrito. No siendo «sujetos de derecho», desde 1600 hasta 1931 (año en que se sancionó el Código del Trabajo), los hombres y las mujeres del pueblo mestizo chileno pudieron ser abusados impunemente en todas las formas imaginables, incluyendo la violación, la tortura y la muerte. Debido a esta situación, vivieron, entre 1600 y 1830 aproximadamente, como vagabundos a pie y a caballo (los hombres), y en miserables rancherÃos suburbanos (las mujeres abandonadas). No pudieron, pues, vivir ni en parejas, ni en pueblos. Se llenaron de niños «huachos» y no pudieron ser ciudadanos formales. Reprimidos en todas partes como «afuerinos y merodeadores», como sospechosos y «enemigo interno», intentaron convertirse en productores: campesinos, chacareros, pirquineros y artesanos. Como no tenÃan derechos, en esa condición fueron expoliados salvajemente por los propietarios, prestamistas, molineros, habilitadores, militares e incluso por los «diezmeros» de la Iglesia católica. Desesperados, muchos se fueron a los cerros y la cordilleras, donde se transformaron en colleras, gavillas, cuatreros y montoneros, que asaltaron y saquearon haciendas, fundos y pueblos enteros. El bandidaje rural chileno se extendió desde 1700 hasta aproximadamente 1940. Ni la PolicÃa ni el Ejército pudieron eliminarlos. De todos modos, por la presión excesiva, decidieron, desde 1880, emigrar a las grandes ciudades, las que cercaron con rancherÃos y conventillos. La ciudad mestiza llegó a ser tres veces más grande que la «ciudad culta» de la oligarquÃa. Como ni en el espacio rural ni en el espacio urbano fueron integrados por una economÃa productiva en expansión (la oligarquÃa mercantil hizo abortar tres movimiento de industrialización en Chile), el «roto» rural o minero fue reemplazado y multiplicado con creces por el roto urbano. Esto explica el hecho que, cada vez que en Chile se desató un desorden polÃtico institucional, las masas mestizas urbanas salieron de su periferia, invadieron y saquearon el centro comercial y a veces residencial de la ciudad. Asà ocurrió en ValparaÃso, en 1903; en Santiago, en 1905 y 1957, y en varias ciudades del paÃs durante la tiranÃa militar (entre 1983 y 1987, sobre todo). En todos los casos protagonizaron una «reventón social» que remeció a nivel de pánico la institucionalidad polÃtica y la seguridad de la clase dirigente, y abrió procesos de cambio estructural que nunca maduraron del todo. Hasta 1989, los múltiples reventones sociales no habÃan logrado fraguar con éxito en Chile ninguna revolución social. El modelo neoliberal impuesto por Pinochet ha producido un gran desarrollo transaccional y consumista, pero este desarrollo solo ha disfrazado al pueblo mestizo con un barniz consumista que no ha alterado en nada su marginalidad crónica, su ausencia de identificación profunda con la cultura occidental que tanto ama la oligarquÃa chilena y su honda rabia por haber sido por siglos un sujeto sin integración total a la sociedad moderna. Por eso, la destrucción de la materialidad de aquella cultura (lo que ha hecho sistemáticamente desde el siglo XIX) reapareció de nuevo el weekend pasado, como una apoteosis del consumismo (robo y saqueo de mercancÃas: su guerra de recursos multicentenaria) y a la vez como sabotaje violento contra el sistema que los excluye (destrucción e incendio de supermercados y shopping centers, sÃmbolos de ese sistema). 7.Todo indica que la ciudadanÃa y el pueblo mestizo le dieron al modelo neoliberal chileno un golpe letal, del cual muy difÃcilmente se recuperará. Y como ni el Ejército ni la PolicÃa desencadenaron una represión sangrienta sobre el pueblo amotinado, se ha abierto una brecha inesperada por donde la ciudadanización de la polÃtica puede avanzar y desplegarse. Muchas comunidades y grupos tienen conciencia de esta posibilidad. El problema es que no tienen una experiencia cabal de esto, ni memoria histórica, ni agentes intelectuales y polÃticos que estén en condiciones de ayudarlos en este trance. Porque si la brecha existe, el plazo histórico para avanzar es relativamente corto, porque la clase polÃtica civil aprobará rápidamente leyes populistas para atemperar la coyuntura y asegurar su estabilidad en el poder (ya redujeron a la mitad su dieta parlamentaria). Esto es complicado, porque el enemigo del pueblo ya no es tanto, hoy, la burguesÃa en sà o el imperialismo en sÃ, como en el pasado, sino una clase polÃtica civil que no ha representado nunca directamente al pueblo y que escuda a los capitales internacionales a los cuales protege y de los cuales depende su «desarrollo» como clase. La ciudadanÃa chilena necesita audacia y creatividad, y actuar con rapidez, tomando el camino más corto para validar asambleas de base por todas partes, a efectos de llegar federadamente a una Asamblea Nacional Constituyente que dicte las normas constitucionales que le inspiran su conveniencia y su sabidurÃa deliberante. Hay células de este tipo por todo Chile. Hay una ley, la Nº 20.500, de Participación Ciudadana, que le proporciona el procedimiento y las articulaciones institucionales para culminar su tarea. Ya estalló la chispa para que la presión revolucionaria Ãnsita en esta rebelión pueda desplegarse y orientarse. Pero el «peso de la noche» (que ya dura dos siglos) y la debilidad teórica y polÃtica conspiran en su contra. Pero es necesario confiar en el instinto humano, social y comunitario de una ciudadanÃa despierta y deliberante. Por Gabriel Salazar Vergara Fuente: https://www.nodal.am/2019/10/el-reventon-social-en-chile-una-mirada-historica-por-gabriel-salazar-vergara/ Fuente: Centro de Documentación Mapuche, Ñuke Mapu |
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