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2013-01-09 | Antecedentes | Mapuche

Los Desafíos para la Convivencia entre Mapuche y Chilenos

Con horror y espanto hemos visto lo sucedido en Vilcun el pasado 04 de enero. Un acto de semejante barbarie sólo pudo haber sido concebido por mentes desquiciadas como las que principios de siglo XX, post ocupación de nuestro país, hacían lo mismo con nuestros abuelos para desplazarlos de su posesiones. Ciertamente aquello no justifica de ningún modo lo ocurrido al matrimonio Luschinger.




Nuestra lucha de liberación no puede estar movida por sentimientos tan primarios como el odio o la venganza. ¿Qué de constructivos hay en ellos?. En esto no podemos tener dudas: la defensa de la vida como valor fundamental es un principio básico de los Derechos Humanos, pieza normativa a los cual los mapuche apelamos frecuentemente para sustentar nuestras reivindicaciones nacionales. Debemos ser entonces coherentes y condenar a quienes sean que hayan cometido dicho delito y sean quienes sean las víctimas de esos o similares delitos de lesa humanidad. No podemos en esto caer en el doble estándar de mirar el apellido del que muere para ver la reacción a tomar, o en la pequeñez de jugar al empate moral. Si el colonizador opera con ese vil criterio nosotros debemos siempre mostrar mayor grandeza moral. Ahí radica también la legitimidad de nuestra lucha de emancipación. Además la sana convivencia en el estado y en el país mapuche así lo exige.
No podemos tampoco ser ciegos. Por el contrario debemos ser capaces de calcular las consecuencias de nuestros actos. Acciones como las de Vilcun, en determinados contextos políticos e institucionales, pueden dar origen –por reacción- fácilmente a la formación de aparatos paramilitares que actúan con total impunidad como verdaderos “comandos vengadores”. Y lo que es peor, con ciertos grados de legitimación social. Algo de esto ya sabemos con el mítico comando Hernán Trizano. Así también ocurrió en España en la década del 70 con la formación de las GAL dedicada a entablar una verdadera guerra sucia contra los dirigentes nacionalistas vascos, o en su punto más extremo, con la “solución final” en la Alemania nazi motivada por un hecho fortuito de asesinato de un oficial Nazi por un judío militante y que dio origen a la “noche de los cristales rotos”, acto de venganza y ensañamiento masivo previo al genocidio que debió sufrir el judaísmo antes de construir su estado.
¿Queremos algo así para el futuro de nuestros hijos e hijas?, ¿Queremos algo así para los dirigentes de nuestro pueblo?. No se trata de una exageración, basta ver lo sucedido en las redes sociales, los tipos de comentarios racistas e irreflexivos, para darnos cuentas de cómo este tipo de actos desatan los demonios más ocultos en el inconsciente del chileno medio. Por ello es que actos irresponsables como los del pasado 04 de enero requieren la condena más absoluta e inmediata, a manera de deslegitimación social, por parte de la mayoría sensata de nuestra nación. Debemos deslindar responsabilidades y señalar claramente la frontera entre lo legítimo e ilegitimo.
Por cierto, más allá del cúmulo de declaraciones públicas que este tipo de actos genera, cabe preguntarnos ¿quién gana y quién pierde con este tipo de acciones?.
Desde luego ganan los extremos del conflicto. Ganan aquellos que juegan a ser “vanguardia”, aquello que deliran con el sueño del weichafe y que compran sin ninguna reflexión crítica el discurso del colonizador que no vio en nuestros antepasados más que guerreros incansables, escondiendo lo tremendamente estrategas y políticos que ellos eran. Ganan los sectores radicalizados de nuestro pueblo porque toman gran protagonismo mediático y dan señales de vitalidad organizativa. Ganan porque aparecen como representantes de un sentimiento nacional legítimo de liberación, pero cuyos cauces conducen a un peligroso abismo.
Ganan también, por otra parte, los sectores ultras de la clase política chilena, los Espinas, los Vidal, los Hinzpeter, los Moreira que ve en estos actos la confirmación de sus tesis de “seguridad nacional” y una oportunidad excelente para radicalizar aún más las medidas represivas ya no sólo contra los sectores directamente involucrados, sino contra todos aquellos sospechosos de activismo de unas ideas de liberación que los aterrorizan. Ganan también porque adquieren gran protagonismo mediático y eso nunca está de más de cara a fortalecer los vínculos con su electorado más extremo. El fortalecimiento de medidas represivas a su vez fortalece a los sectores con pretensión de “vanguardia”, pues más allá de la represión, la reacción del estado les permite victimizarse y ganar adhesiones y simpatías entre los sectores más impulsivos de la juventud mapuche, además de autodotarse de una cierta moralidad o “ética del weichafe” que haría muy difícil criticarles. Se trata de un círculo perverso, de una espiral de violencia que, una vez que comienza, es muy difícil de frenar. Lo anterior es así pues aún cuando se trate de sectores minoritarios y desconectados del sentir mayoritario de nuestra gente, la dinámica misma del conflicto les permitirá estar vigentes. Para ellos no se trata si quiera de derrotar al estado, les es suficiente con resistir y demostrar cierta vitalidad con acciones puntuales y esporádicas que generen visibilidad mediática. Su estrategia se reduce a “acción-reacción”, no hay mucho más. Es una dinámica perversa y muy peligrosa pues se sabe cómo comienza, pero no cómo termina, ni a quienes puede afectar. Hace ya algunos meses fuimos testigos de cómo uno de nuestros dirigentes fue víctima del incendio de su casa a manos de estos mismos sectores. Esto ya le ha ocurrido a varios dirigentes mapuche.
Es una dinámica perversa, pues es una ley en política que en este tipo de conflictos los extremos, además de repelerse, se necesitan y potencian mutuamente en sus propias existencias. ¿Qué sería de los partidos estatales españoles sin ETA?. Hasta cierto puntos ellos requieren la existencia de esta organización para “hacer política” con ella y negar el derecho del pueblo vasco a existir. La inmensa mayoría del pueblo vasco desea que ETA desaparezca para poder decidir libremente su futuro como nación; sin embargo, esto no termina de ocurrir. La violencia política como fenómeno es muy difícil de extirpar, y en el Wallmapu parece haber llegado para quedarse.

¿Cuál es la solución?
Desde luego que el conflicto colonial que vive el país mapuche tiene solución, pero la tiene muy lejos del enfoque de “seguridad nacional” y “asistencialismo” con el que vienen trabajando todas las administraciones desde hace más de veinte años. Estás políticas se han mostrado fracasadas y seguirán fracasando ante un sentimiento de identidad nacional creciente que de no encontrar canales políticos e institucionales de sana expresión irá fortaleciendo y legitimando a nuevas organizaciones y grupos que exploren vías cada vez más rupturistas. La fractura del estado y la convivencia es inminente. Que esto no ocurra es responsabilidad de todos. De mapuche y chilenos. De nuestras organizaciones autónomas y del estado y actores políticos chilenos.
La responsabilidad de los chilenos es tener una clase política a la altura del desafío y oportunidad histórica que supone este conflicto. Ustedes tienen la oportunidad de transformar Chile en un estado donde todos quepamos. Vuestra responsabilidad es tener una clase política visionaria y una sociedad civil fortalecida que impulse junto a nosotros un nuevo modelo de convivencia al interior del estado sobre la base del reconocimiento de nuestros derechos colectivos como nación y su expresión institucional constructiva en el Wallmapu. Nuestra responsabilidad como mapuche es consolidar nuestras propias organizaciones políticas autónomas con una validación democrática que permita una interlocución legitimada con el estado para buscar formulas acordadas de solución y mejor convivencia. Nuestra responsabilidad es mostrar un camino político viable para el avance de nuestras pretensiones nacionales con respeto irrestricto a los derechos humanos y a los mecanismos democráticos como fórmula de resolución de conflictos. Sólo así podremos agrupar a la mayoría sensata de nuestra nación que quiere seguir existiendo libremente, pero que rechaza la violencia como medio para conseguirlo.
El desafío para todos es dejar de penar como colonizados y colonizadores. Habrá que desterrar conceptos coloniales como “conflicto mapuche”, “araucania” o estigmatizaciones de uno u otro bando. Habrá que entender que la solución no vendrá de una “gran acuerdo nacional” (chileno) que excluya a los mapuche. La solución no vendrá de un nuevo ministerio ni de una nueva y mejor ley indígena. No vendrá dictada de los pasillos de la moneda ni de ningún proceso de diálogo institucional forzado, sino de un largo proceso de diálogos, debates y acercamientos libres entre distintos actores que nos permita conocernos y cooperar a la solución de este puzle, cada uno desde sus posiciones. Tampoco la solución vendrá sólo de los mapuche, pues necesitamos una contraparte democrática dispuesta a dialogar y facilitar los caminos. Requerimos actores políticos chilenos visionarios que comprendan la necesidad de abrir canales políticos de expresión democrática institucional al interior de nuestro pueblo. Sólo de esa forma sabremos quién es quién y cuanto pesa electoralmente cada sector o corriente mapuche al interior de nuestra nación. Sólo de esa forma el estado podrá tener una contraparte mapuche legitimada democráticamente por nuestro pueblo. Sólo de esa forma será posible construir los consensos necesarios.
No se trata, por cierto, del Consejo de la CONADI o de un Consejo de Pueblos Indígenas, formulas indigenistas gastadas que ya se ha mostrado superadas por la realidad. Tampoco de la creación o fortalecimiento de frentes indígenas en sus partidos estatales. Por el contrario, se trata de facilitar que puedan surgir partidos políticos mapuche propios, que disputen poder en un marco territorial autónomo dentro del estado. Se trata de crear una institucionalidad plural y democrática en el territorio mapuche que exprese y represente en su seno no sólo a los mapuche, sino a todos los sectores que debemos entendernos en nuestra diaria convivencia en el Wallmapu. Hablo de una formula de autogobierno territorial y plural en el Wallmapu que sin duda va ayudar a fortalecer la democracia y la participación de todos los sectores en nuestro territorio y que permitirá un mayor acercamiento del poder político a los ciudadanos y un mejor entendimiento entre todos. Hablo también de crear escaños reservados en el parlamento y modificar la actual ley de partidos facilitando con ello la creación de instrumentos democráticos propios de nuestra nación. Eso es tener visión y grandeza para enfrentar el conflicto colonial que sacude a una parte del estado.
Por nuestra parte, el desafío es demostrar que la vía política es viable y no se requiere la violencia para avanzar en nuestras reivindicaciones. Pero no podemos hacerlo si no facilitan los medios. La política debe servir para ello, para buscar soluciones. De lo contrario, si sólo sirve para administrar lo existente, no vale realmente la pena dedicarse a ella. En ese caso, serán los sectores más rupturistas los que tendrán la razón y legitimidad para actuar y crecer. Este es el desafío generacional que enfrentamos mapuche y chilenos. En ello se juega el futuro de nuestros hijos e hijas y la supervivencia misma de ese proyecto histórico llamado Chile.

* Por Rodrigo Marilaf: ha sido dirigente del partido nacionalista mapuche Wallmapuwen, ex dirigente del hogar estudiantil We Liwen de Valdivia y actualmente integrante de la Coordinación Comunal We Newen de Lonquimay.

Por Redacción | Fuente: Foro Escandinavo por los Derechos de los Pueblos Indígenas

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